Observe el mostrador enrejado para atender a los desconocidos y el recinto cerrado en el que se admitían a los parroquianos que inspiraban confianza al pulpero. Los gauchos lucen botas de potro y chiripá.
Si ha leído Don Segundo Sombra, le encantará saber que éste es precisamente el sitio que menciona su autor el poeta Ricardo Gûiraldes en los capítulos iniciales de la obra, aquí ocurre el encuentro del “tape” Burgos con Don Segundo, a ese mostrador, a cuyo lado está el pulpero, se acercaba el joven Fabio Cáceres para cambiar por golosinas, tabaco o centavos los bagrecitos pescados bajo la sombra fresca del puente Viejo, sobre el río, y hasta allí llegó esa tarde que la ventura le puso frente al hombre que habría de ser su padrino.
El interior de la pulpería no puede ser más sugerente. Imagine a los personajes en este apenas iluminado local y vea a los paisanos jugando a las cartas o bebiendo mientras dialogan en un lenguaje parco y sentencioso.
Después, al salir, vuelto a la realidad, piense la importancia que en la historia de nuestra campaña tuvieron estos sitios.
Que no fueron sólo lugares de reunión del paisanaje en horas distraídas.
Piense que allí se compraban las provisiones y todo cuanto objeto fuera menester.
Las Pulperías han significado centros de actividad de diverso orden.
Utiles hasta para conocer las noticias de los sucesos que ocurrían en el lejano Buenos Aires. Como que no faltaban en ellas pajueranos, ni algún comedido, que con dificultades, es cierto, y a la escasa y olorosa luz de un candil leía grave y lentamente los artículos demasiado entintados y no suficientemente explícitos y menos breves, de esos periódicos quebrados por el manoseo y por las leguas.
El camino polvoriento que ve a través de las ventanas de la pulpería fue el camino real, el mismo que hace tiempo recorrieron los viajeros en tropas de carretas en su marcha hacia el interior del país y el Alto Perú.
Al lado de la pulpería “La Blanqueada”, ve usted una “Tahona”. La palabra es de origen árabe, es la máquina para moler el trigo, su sistema es milenario.
Fue traída por Don Enrique Udaondo, ese admirable museógrafo, esta tahona funcionaba en la Guardia de Luján, que es hoy la actual ciudad de Mercedes a mediados del siglo pasado.
Junto a la tahona hay un “galpón y cuarto de sogas” que hemos puesto bajo el nombre de Aniceto Melo, quien fuera el más famoso trenzador del pago.
Su excepcional habilidad, le permitió viviendo al margen del tiempo realizar trabajos realmente admirables. Parafraseando a Ricardo Gûiraldes, en su cuento “Trenzador”, podría afirmarse de Melo “que trenzó, como hizo música Bach, pintura Goya, versos, el Dante”.
Estas dependencias también existían en las estancias antiguas, en él tiene reparo una carreta colonial de 1850 ruedas y ejes de ñandubay, ómnibus familiar con puerta trasera que perteneció a Doña Elina de la Serna Castain; Volanta de mediados del siglo XIX que perteneció a la Flia. Castex; Volanta tipo Americana que perteneció a Don Segundo Ramírez, la puerta de la Primera alcaldía del Pago de Areco del año 1753; -viga de quebracho del “Paso de las Carretas” en el Río Areco año 1875.
Al Girar contemple el campo. Verá un extenso monte de acacias, cina cinas, aguaribay ñapinday, espinillos, ombú, talas y otras variedades autóctonas, oculto, a su izquierda corre el río Areco.
fuente: Municipalidad de San Antonio de Areco
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