A más de 4.000 metros sobre el nivel del mar se elevan las ruinas de la Ciudacita, el único bastión del imperio Inca en Tucumán.
Un legado de una historia enmarcado por nieves eternas.
Las Ruinas consisten en recintos construidos escalonándose sobre el filo, a partir de un campo ceremonial de forma rectangular, de 40 metros de ancho por 60 metros de largo denominado en el lenguaje incaico “Kalasasaya”.
Los 5.200 kilómetros del Camino del Inca se enroscaban entre las cumbres andinas de toda América del Sur.
Uno de sus latigazos envolvía los nevados del Aconquija y finalizaba en el oeste tucumano, a 4.200 metros sobre el nivel del mar.
Hoy, ese lugar es llamado “Ruinas de Pueblo Viejo” o, simplemente, “La Ciudacita”.
La obra impresiona por el tamaño de la superficie y la calidad del trabajo realizado con piedras lajas de color grisáceo.
Las pircas tienen una altura de un metro y se observan los destrozos realizados por el paso del tiempo y la acción de guanacos y otros mamíferos.
Hacia el este, a través de un camino construido con piedras lajas, se accede hacia otro grupos de recintos y luego el camino continúa ascendiendo, ya hacia el oeste, en busca del Portezuelo de Los Campos Colorados que tiene casi la misma altura de las ruinas. Luego de traspasarlo, el camino desciende en dirección de Ampajango.
Es evidente que los hombres del incaico construyeron el pueblo para establecer relaciones con los hombres del llano, y en ese lugar, por cuanto permite una visión abierta de la zona donde nace el sol.
Estas ruinas, por su técnica constructiva, tienen relación directa con las ruinas de la antigua Fortaleza del Campo Pucará, en el Valle de Las Estancias.
Estas poblaciones fueron desocupadas por la mitad del siglo XVII, al terminar la segunda guerra calchaquí.
Los conquistadores españoles realizaron cabalgatas para erradicar la población indígena y ubicarlas en las encomiendas del bajo tucumano donde las obligaban a trabajar en la agricultura.
Los estudios realizados demuestran que las ruinas representan el extremo sud del imperio incaico.
En Pueblo Viejo todo está lejos, en tiempo y espacio.
Las ruinas están separadas por unos 1.000 años del momento en que fueron estrenadas por sus constructores (lo deducen por la cerámica y el tipo de estructuras) y por cuatro horas del lugar del pedemonte tucumano, donde hay que comenzar a caminar o cabalgar para llegar al lugar.
Y, físicamente, 150 kilómetros las distancian de San Miguel de Tucumán; mientras que 1.000 son los metros que hay entre las dos grandes áreas donde se distribuyen las antiguas construcciones.
La Ciudacita era un lugar donde podía entrar mucha gente pero, aparentemente, no tenía una gran población estable.
Hay mucha escenografía, enormes espacios públicos. Se cree que era un lugar de reunión, peregrinaje y trabajo.
Otra hipótesis es que era una zona fronteriza, porque los límites más peligrosos de los Incas eran, precisamente, aquellos que mantenían con las poblaciones de la selva y la llanura, al este.
Lo cierto es que todavía son más las dudas que las certezas respecto de este sitio, que comenzó a ser nombrado en informes de fines del siglo XIX.
Las ruinas están deterioradas, pero no tanto. «Los turistas caminan por las paredes, llegan hasta adentro a caballo.
Si comparamos con los registros fotográficos de hace 20 años, ya hay cambios», asevera la especialista, que ensalza la calidad de la construcción: «el pircado que hacían los incas es más sólido que el de otros pueblos».
Si bien aún hay consenso respecto de que bajo el imperio precolombino haya sido fundado el Pueblo Viejo, los descubrimientos ya comenzaron a arrojar sorpresas.
«Hay una zona que, por su arquitectura, parecería ser previa a los incas; pero aún hay que estudiarla más», informa Korstanje quien, a su modo y desde su especialidad, continúa la línea que marcaron durante el siglo XX varios hombres de la UNT, como Enrique Würschmidt y Orlando Bravo, entre tantos otros que estudiaron el lugar.
No obstante, esta será la primera vez que la UNT participe en un proyecto formal como institución.
«Muchos llegan allí y piensan: ¿qué hacía esta gente aquí?», se pregunta la encargada del proyecto.
Su propia respuesta sorprende: «y, ¡nada! Simplemente era su hábitat: eran pueblos andinos.
Para ellos, quizás, lo raro era ver a gente que vivía en la llanura, sufriendo tanto calor, como nosotros?», explica la profesional, quien cada vez que enfila hacia La Ciudacita es consciente de que no se trata de una caminata más.
Y lo resume con cuatro palabras: «allí todo es historia».
Fuente y más info: tucumanturismo.gob.ar | argentinainvestiga.edu.ar