A principios de agosto se habían registrado 14.600 focos de calor en la zona y se estima que consumieron más de 90 mil hectáreas. La sequía de este año y el bajo caudal del río favorecen la propagación del fuego.
Los incendios forestales son noticia en distintos puntos del planeta. A pesar de que los orígenes son multicausales, como ampliación de la frontera agropecuaria o negocios inmobiliarios, diversos estudios dan cuenta de la relación que existe entre estos fuegos y la crisis climática.
Es que a medida que las temperaturas aumentan como resultado de las emisiones de carbono causadas por el hombre las condiciones climáticas se están favoreciendo la propagación de los incendios en diferentes partes del mundo.
Esta situación supone la pérdida de flora y fauna, riesgo de vida para los habitantes de la zona y deterioro de la salud en las poblaciones aledañas.
A escala mundial, la duración de la temporada de incendios aumentó 18,7% entre 1979 y 2013, concluyó un estudio realizado en 2015, publicado por la revista Nature.
Además, los investigadores estiman que, en los próximos años, la frecuencia de los incendios forestales podría aumentar drásticamente, en particular si las emisiones siguen escalando.
Una proyección estimó que para 2050 habrá un 27% más de incendios forestales a nivel mundial que en 2000.
“Hay varias formas en las que el cambio climático afecta a los incendios. Por un lado, a medida que aumentan las temperaturas, la atmósfera se vuelve más desencante (aumenta el déficit de presión de vapor), eso hace que la hojarasca (combustible fino muerto en el argot) se vuelva más seca y, por tanto, más disponible al incendio”, explica Víctor Resco De Dios, investigador de la Universidad de Lleida, de España y de la Southwest University of Science and Technology, de China.
Las sequías, que son cada vez más comunes en muchas regiones del mundo debido a la crisis climáticas, también hacen que los sistemas naturales sean más susceptibles al fuego.
A medida que los árboles, las ramas y las hojas mueren y se secan, se acumulan en el suelo y se convierten en combustible potencial para eventuales incendios.
Los devastadores incendios en el Delta del Paraná mantienen en vilo a la población de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, especialmente en las ciudades como Rosario, Victoria y San Nicolás de los Arroyos.